Corrupción, la Pandemia eterna en Ecuador

Corrupción, la Pandemia eterna en Ecuador

Es tan celosa y enraizada, que ni siquiera ante una pandemia biológica es capaz de cesar, al contrario, se encrispó más. Parecería que mientras científicos del mundo batallan por encontrar la vacuna que inmunice al planeta contra el COVID 19, en nuestro país no se hace ningún esfuerzo por impermeabilizarlo contra la corrupción, un virus contra el cual, los débiles anticuerpos del Estado no hacen ninguna mella.

Es qué, mientras vivíamos momentos espeluznantes, en donde buena parte del país tenía la desgracia de perder a un amigo, familiar o conocido, otros se aprovecharon de la excesiva vulnerabilidad e indefensión en la que quedó nuestra población, producto de la caótica y colapsada estructura sanitaria nacional, carcomida por los corruptos de turno, especie de polillas que destruyeron con el tiempo las bases de nuestra sociedad, para planear actos macabros que llevaban como único objetivo, enriquecerse de forma ilícita, inmoral y miserable, a costa del sufrimiento, desesperación y calvario de cada ecuatoriano, ante los cuales no existió compasión ni solidaridad sino ocasión para asaltar.

Me duele admitirlo y aún más acentarlo de manera firme, pero ya no existe duda que la corrupción es parte del ADN de varios ecuatorianos. Como sociedad nos acostumbramos a su nefasta práctica, la cual terminó anestesiándonos ante su efecto devorador. Nos hicieron creer por muchos años que la corrupción sólo contagia a aquellos funcionarios que forman parte de las entidades predominantes del Estado, pero desdichadamente, esta crisis sanitaria nos evidenció que ya se tomó las bases de la colectividad. Existe en aquellos que toman decisiones para la compra de insumos y medicinas para los hospitales, de víveres para la población y hasta para devolver los cuerpos de fallecidos a sus deudos en las morgues de los hospitales. La vieja canción de Wilfrido Vargas, “por la plata baila el mono” ha quedado corta, ahora los corruptos bailan por ella hasta por encima de los muertos.

Lo triste es que estas prácticas cohechoras ya son parte del día a día, antes de la pandemia biológica, durante la misma y sin viso de extinguirse después. Los famosos valores para “las colas del agente de tránsito” o los regalitos que envían algunos padres a los profesores de sus hijos por “navidad”, llevan como mensaje subliminal el portarse bien ante la infracción o en la calificación de exámenes finales. Impactantes y nefastos actos que derivan en un pésimo ejemplo a las nuevas generaciones. Es el ejercicio disimulado donde el cohechor pretende salirse con la “suya” sin temor a preocuparse por las consecuencias de sus actos, distorcionando la misión de aquel que ejerce el poder quien en lugar de ofrecer su servicio en beneficio de la comunidad lo revierte en beneficio personal, con lo que se configura la trágica ecuación: tu beneficio + mi beneficio= pérdida para el resto.

Con dolor e indignación hemos observado en los medios de prensa y redes sociales las malhadadas acciones de ciertos miembros del personal administrativo hospitalario nacional aplicando el inagotable sobreprecio en colusión con comerciantes impúdicos, de mascarillas o fundas para embalar cadáveres, mientras no faltaban quienes, al no tener acceso a recibir la “suya” por esa vía, de forma impiadosa cobraban por identificar y entregar los cuerpos sin vida a sus familiares. Como si fuera poco, clínicas privadas que han tenido a través del tiempo un exceso de lucro aprovechando la falta de una verdadera y eficiente asistencia de salud por parte del Estado, no tuvieron el menor compromiso social y ante la parca, optaron por secuestrar restos mortales como prenda para exigir la cobertura de la cuenta.

Si ante el dolor de la muerte no se detuvo la corrupción, peor ante la angustia y desesperación de la vida, sobretodo aquella generada por el hambre, ante la inmovilidad de la cuarentena y que terminó siendo el vehículo perfecto para que viajen los sobreprecios en aquellos víveres entregados en fundas o canastas alimenticias, cuyo costo se duplicó en perjuicio del Estado o de aquellas medicinas o tanques de oxígeno que se convirtieron en el salvataje de vida para aquellos que estaban al borde de la muerte y cuyos familiares tuvieron que repagar en una especie de macabro mercado negro para adquirirlas.

El solo recordar los momentos dramáticos de fines de marzo y buena parte de abril en Ecuador nos crea la terrible desesperanza de haber observado que todos estos actos de corrupción se dieron en diferentes esferas y en los momentos donde más se necesitaba que el ecuatoriano sea honesto, generoso y empático.

En conclusión creo que la corrupción se puede acabar de una manera y es a través de una buena educación que no solo debe ser académica sino también llena de valores. Hoy en día muy pocos son los estudiantes que aprenden en el colegio el valor de la ética, la responsabilidad, la generosidad y principios cívicos. Es importante que las futuras generaciones crezcan entendiendo el valor de hacerse responsable de sus actos. Que tengan las herramientas para salir adelante sin necesidad de negociar sus ideales, capacidades ni de entregarse a la corrupción. La educación y el libre comercio, pueden garantizar que cada vez haya menos personas desfavorecidas que por necesidad tengan que caer en prácticas tan bajas como la corrupción para subsistir y salir adelante.

Siempre he creído que es nuestro deber como sociedad exigir una vida digna para todos, sin excepción. No dejemos que la corrupción se adueñe de nuestro país y luchemos siempre para que haya una educación que nos garantice a todos los ecuatorianos un mañana con días mejores.