América Latina en la espera de un “mesías político” que nunca llegará

América Latina en la espera de un “mesías político” que nunca llegará

El grave problema de América Latina es que para resolver sus imperiosas necesidades espera la llegada del gran “Mesías” que suele prometer el oro y el moro a sus ciudadanos.  Prometen inversión social como educación y salud de primera, viviendas gratis o subsidiadas a costo mínimo y bonos que buscan compensar las necesidades amortiguando en algo aquellas. Para ello, el  supuesto “mesías” usa como herramienta de mercadeo el enfoque de las demandas insatisfechas propias de la pobreza y la desigualdad, buscándola izar como bandera de campaña para entusiasmar a las grandes masas y encontrar en ellas la conexión que le.permita recibir como contraparte el voto en las urnas. Aquel populista que juega a “mesías” apuesta a su conocimiento de lo que la gente necesita y convence a todos que únicamente él puede hacer esos cambios tan necesarios; claro, para ello, siempre hay que buscar un blanco para descargar la artillería que justifique la desigualdad económica reinante y no hay mejor receptor de la misma que el sector generador de empleo, reivindicando la vieja y tradicional disputa de las jerarquías patronales contra las bases obreras o desempleadas.

Resulta que el tan mentado “mesías” siempre proyecta las ilusiones populares a través del gran canal que es la política. Es que, al final de cuentas, entre varias de sus acepciones, la Política es la persecución del poder y luego, el arte de gobernar. Los políticos hoy en día juegan una especie de ping-pong entre estas dos definiciones. Buscan el poder y luego cuando acceden al mismo gobiernan aplicando el único arte que conocen, permanecer lo máximo posible en el mismo; es decir, hacen lo imposible para no perderlo.

Sin embargo, en la sociedad encontramos personas con mucho valor que producen más de lo que consumen desde una visión de servicio social, lo que genera admiración en la colectividad al punto de elevarlos a la categoría de presidenciables. Es la clara demostración de que la propia ciudadanía reconoce consciente o inconscientemente a la política como el único camino de solución de problemas y como senda por donde transitará y llegará el “mesías” esperado. No somos capaces de entender como sociedad que la política no es el único camino que nos va a sacar del subdesarrollo y que hay otras tarimas que son también importantes para lograr un avance. Muchos de estos escenarios terminan siendo el primer escalón para llegar a un cargo público porque lamentablemente nos hemos acostumbrado a recibir mensajes equivocados desde temprana edad como es el de identificar el triunfo de la vida con el dinero y el poder en detrimento incluso de valores innegociables como la honestidad, la preparación, la lealtad, la solidaridad, que aunque reconocidos parcialmente, sucumben ante la atracción magnética e irresistible del poder económico o político.

Vivimos en una época en que aquella tendencia marca una tergiversación del verdadero concepto ideológico de izquierda y derecha. Se está identificando falsamente sus verdaderas concepciones, incorporando a sus integrantes de forma errada a criterios cercanos o alejados del capital. Se es de derecha si se está cerca de él, se es de izquierda si se está alejado del mismo. Luchan entre sí por llegar al poder y desde ahí, ejercen su influencia equivocada de oprimir a la clase patronal o trabajadora según sea la izquierda o la derecha la que gobierne. En ambos casos, han olvidado que el ser humano es el centro de la atención, no el capital, que ambos recursos no pueden crecer solos y que en una sociedad de avanzada, no se separan sino que se unen. El empleo lo genera el capitalista, el trabajo lo desarrolla el obrero. El dínamo que permite una conexión perfecta entre ambos es la armonía. Es precisamente lo que el enfoque equivocado de las ideologías actuales ha destruído.

En lo personal no me identifico con estas etiquetas desvirtuadas del verdadero escenario ideológico. Me considero “socialdemócrata” bajo el criterio de resaltar en su real dimensión a los dos recursos de una economía sana: el recurso humano y el capital. La derecha cree en el libre mercado, en reducir la obesidad del Estado y en el mérito propio, mientras que la izquierda piensa que a través del Estado se puede disminuir la brecha de desigualdad social y traer más justicia para los menos favorecidos, aunque eso signifique sacrificar la productividad privada. Considero que es importantísimo favorecer el desarrollo del mercado, ya que la competencia trae empleo, iniciativa, desarrollo, mejoras y sobre todo calidad. Los precios se regulan cuando el mercado es libre, pero hay que evitar los vicios o abusos que suelen generarse de prácticas oligo o monopólicas y para ello existe el Estado, cuya función no es competir ni deprimir sino de estimular la libre competencia a través de normas jurídicas y regulaciones que eviten esas distorsiones de quienes intentan imponer la ley de la fuerza a través del ejercicio del poder económico o político. Es el concepto en su más puro estilo de economía social de mercado, que termina siendo una confluencia de las dos tendencias tradicionales, derecha e izquierda, cuyos componentes no hayan caído en el radicalismo del capitalismo salvaje o del comunismo opresor. El Estado debe liberar el mercado y tan solo observarlo para impedir su descomposición y ese enorme caudal de espacio recuperado al dejar de intervenir activamente en el mismo le puede permitir dedicar sus mejores esfuerzos a tres grandes rubros de la vida nacional: seguridad, educación y salud. Son los campos en donde se necesita otorgar igualdad en el ejercicio de los derechos que genera. Necesitamos que todos los ecuatorianos reciban atención médica, servicio educativo y se garantice la integridad física y familiar de todos por igual. Nadie tiene por qué tener más pero la forma no es tratando de restar a aquellos que lo han podido lograr desde la perspectiva privada sino elevar el nivel de aquellos que acceden al servicio público.

Es necesario que los ciudadanos latinoamericanos entendamos que la redención no puede ser aspirada únicamente desde el gobierno central o seccional sino desde los diferentes ámbitos de la colectividad.  Necesitamos de buenos periodistas que no tengan conflictos de intereses y que su único objetivo sea siempre buscar la verdad en base a la mayor objetividad posible, al igual que empresarios que estén interesados en crear un bienestar en su comunidad más no solo generar ingresos para sus accionistas. Necesitamos de líderes sociales y de activistas que quieran mejorar la condición de sus representados y que usen su tribuna para crear conciencia de lo que se necesita cambiar para salir adelante.

La política no puede ser el único camino que tengamos los latinos para levantarnos de tantos años de subdesarrollo y de explotación. Necesitamos buscar vías alternas que nos ayuden a encontrar soluciones y sobre todo que empoderen a sus ciudadanos a luchar por sí mismo y no depender de un Estado para lograr la superación. Es increíble ver como en países más desarrollados existen multimillonarios como Bill Gates que después de dedicarse a crear una gran fortuna ofrecen sus mejores esfuerzos en favor de causas mundiales que buscan generar bienestar, sin pretender para ello acceder a un puesto político. Hasta el mismo ex Alcalde de New York City, el multimillonario Mike Bloomberg, cuya fortuna es inmensamente superior a la de Donald Trump, decidió incursionar en la política para impulsar en el debate lo relacionado al control que debe tener el Estado sobre el uso de las armas. Quedó claro que su principal interés no fue aspirar a ganar la nominación demócrata sino generar un mayor impacto a su propuesta. En latinoamérica, las grandes fortunas y los líderes empresariales han decidido incorporarse al arenal político y de alguna forma han abandonado el aporte a fundaciones o corporaciones del bienestar y desde hace algún tiempo dedican su tiempo a participar en campañas políticas. Ejercen su legítimo derecho, pero dejan sembrada la duda si su participación obedece a un verdadero amor por la colectividad o al ego de alcanzar el poder político.

Dejemos el “mesías” para las religiones y no para nuestros problemas cotidianos. No esperemos que venga un presidente a cambiarnos nuestra suerte. No seamos absolutamente dependientes,  luchemos por nuestros derechos y cumplamos nuestras obligaciones. Tengamos como prioridad desarrollar una mejor educación, un gran sistema de salud y valoremos nuestro voto en razón de estas premisas y no de los bingos o camisetas en los meetings políticos. Exijamos propuestas y no cualquier baratillo de ofertas que terminan desembocando en el famoso dicho de “yo te ofrezco, busca quien te dé”. Exijamos la presentación de un verdadero plan de trabajo que explique detalladamente la propuesta y la forma de desarrollarlo; es la unica forma de descubrir las verdaderas intenciones de los proponentes.

Recuerdo haber hecho campaña en Estados Unidos para la última campaña presidencial de Obama y me encantó ver cómo los estudiantes hacían filas para escuchar las propuestas del entonces Presidente en proselitismo por la reelección. El estadio de la Universidad donde realicé mis estudios, estaba repleto, 11,064 personas, que agotaron todos los tickets disponibles para asistir al evento. Me acuerdo como si fuera ayer, que como voluntaria tenía que tocar puerta a puerta y explicar sus propuestas. No podíamos regalar nada que no sea un pin o sticker. Meses después, regrese a Ecuador a hacer campaña para una lista de derecha, quise implementar lo mismo y por supuesto no funcionó, no por el partido político sino por la gente que no estaba interesada en escuchar nada a menos que le obsequiamos algo. Ahí es cuando me dí cuenta que estábamos en problemas los ecuatorianos, cuando vendemos nuestro voto por una licuadora sin pensar que ese mismo voto mal destinado generará en el futuro un retroceso social, provocado por las serias lesiones a los intereses nacionales reflejados en peculados, cohechos, sobreprecios, enriquecimientos ilícitos y otros actos criminales contra el Estado.

Entiendo que mucha gente lo hace por necesidad, por la gran desigualdad social en la que vivimos pero si queremos algo distinto debemos cambiar la fórmula. Debemos dejar de ser seguidores obsecuentes a un partido o a un líder político y ser leales a nuestras familias, a nuestros amigos y sobre todo a nosotros mismos. No podemos seguir depositando la confianza ni en cualquiera ni en los mismos de siempre. Debemos abrir nuestra mente y exigirnos escuchar y analizar las propuestas de los diferentes candidatos. Debemos entender que lo que brilla no siempre es oro y que algunas propuestas que suenan perfectas en teoría, en la realidad solo traen más tristeza y pobreza.

Sería ideal un mundo en donde la pobreza se reduzca al máximo o desaparezca y no necesitemos del Estado para nada más que para regular nuestros derechos y obligaciones así como para defender la justicia en los tribunales; pero lamentablemente esta es una meta que nunca se va a lograr porque tenemos una desigualdad social en donde aparecen supuestos redentores que se aprovechan de los pobres robándoles la ilusión y negociando con los ricos para intercambiar intereses. Es nuestra cruda y cruel realidad. No le pidamos al Estado que nos proteja, porque eso no va a pasar, el papá Estado es una ilusión al igual que ese mesías político que solo sirve para novelas. Exijamos educación, salud, carreteras, libre mercado, impuestos justos, y sobre todo que nos permita extender y amplificar las oportunidades laborales.